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©Iceland.is
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Admira el ejemplar y respetuoso aprovechamiento de la naturaleza
privilegio de escuchar la voz de la cantante islandesa Bergljót Arnalds todos los lunes—o si de plano se quiere recordar la escena de los noventa con Madonna a tope, habrá que dirigirse al Lebowski Bar... Como siempre, lo mejor es iniciar en algún lugar y terminar en otro, bien entrada la madrugada, porque los islandeses comienzan a llenar las discotecas y los bares a par r de las dos de la mañana.
Cuando el alba quiebra, se puede descansar un par de horas y calmar los estragos de la noche anterior con una buena sopa de langosta. Un excelente lugar para estos menesteres es el Sea Baron, donde además sirven una amplia variedad de pescados y mariscos — incluso carne de ballena, frailecillo atlán co o narval—. Llega la hora de caminar la ciudad y Leif Eiriksson, el explorador vikingo que puso los pies en la América ignota 500 años antes que Colón, marca la pauta: Su monumento, que se encuentra frente la enorme iglesia Hallgrímskirkja, sobria y futurista a la vez, irradia las ondas de su nave principal hasta 20 kilómetros a la distancia. Por todas las calles hay endas de suvenires y es obligado darse una vuelta por los expendios de la Handkni ng Associa on of Iceland. Ahí es posible equiparse para el crudo invierno con los dechados de talento que las hacendosas costureras vierten en cada nudo de los famosos lopapeysa, confeccionados de pura lana islandesa. En cada bordado está la tradición milenaria para proteger el cuerpo de las inclemencias del clima.
Los islandeses derrochan clase hasta en la venta de suvenires: respetuosos como son del libre mercado, no dudan en ofrecer los tradicionales imanes, llaveros, monedas y postales, pero escoltados, eso sí, por ediciones bilingües de las novelas de Halldór Kiljan Laxness (el único Premio Nobel del país), los versos de la Edda y las sagas encuadernadas en bellas pastas de cuero. Buscan darse a conocer en el mundo por algo más que frailecillos de felpa. Imaginé cómo sería si en México, junto a los sombreros de charro y los ídolos de barro, existieran ediciones en inglés de Octavio Paz, Alfonso Reyes o Jaime Sabines.
Vive una aventura inolvidable entre aguas termales, géisers y cascadas
No basta una semana para recorrer Islandia. Su tamaño acaso pueda lucir accesible, pero como todas las islas, sorpresas aguardan tras cada rincón. Su localización estratégica la hace el des no preferido de aquellos que buscan internarse en lo exó co y carecen del empo o la voluntad para sumergirse en las cataratas Victoria o hacer kayak en algún volcán ac vo de Hawái. Cuando los estadounidenses quisieron entrenar a la misión que iba a la Luna eligieron el paisaje volcánico de Islandia. El país cuenta con por lo menos dos de las playas más asombrosas del planeta: una de arena negra repleta de cubos rubik de hielo y otra cubierta con una vasta capa de cenizas volcánicas, como bañada por un mar de plata.
Reikiavik, una capital hecha de hielo
Lo primero que hay que hacer es dedicarle unos días a Reikiavik, así que después de asearme y descansar un poco, salí a la calle a llenar mis pulmones con el que tantos han descrito como el aire más puro del planeta. En Islandia, aunque los precios sean exorbitantes, hay dos cosas que siempre llegan a manos llenas: conexión a Internet y agua caliente. Salir de esta en la capital islandesa es una experiencia alucinante y hay lugares para todos los gustos: desde Austur en la Austurstrae —salido de algún cuento de la generación perdida estadounidense—, el Húrra—de un toque más indie, pero en las fronteras del pub— en Naus n, Le Chateau des Dix Gou esen Laugavegur —para viajar a París y tener el
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