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amurallada por el emperador Sha Jahan, quien decidió transferir la capital de Agra hasta esa zona. Durante cientos de años fue sede del imperio mogol, y desde el siglo XIII hasta el siglo XX los palacios y fuertes fueron tes gos de dinas as que desaparecieron poco a poco.
Es imposible llegar al lugar sin ver el Fuerte Rojo y la Mezquita del Viernes o Jama Masjid. Las cúpulas de esta úl ma construcción se elevan apuntando al cielo en señal de la relevancia e in uencia que tuvo el islam en el país. En su interior aloja un pa o principal de arenisca roja con capacidad para más de 20 mil personas. Por pocas rupias (moneda o cial de la India) se pueden subir los 139 peldaños dentro de uno de sus minaretes, que llevan al viajero a apreciar una vista de 360 grados de la metrópoli. Desde una altura de 40 metros, la ciudad se pierde en el horizonte y sobre las calles cercanas a la mezquita se pueden ver cientos de peatones librándose unos a otros para llegar a su des no.
De vuelta a erra rme decidí pasear por los irregulares caminos y calles de la vieja Delhi. A mi paso la gente de los negocios hacía una leve reverencia como dando una bienvenida a un amigo, incluso algunos niños saludaban para luego perderse entre la mul tud. Me detuve en un par de si os para comprar souvenirs y la primera pregunta fue, “¿De dónde nos visita?”. Al no tener un mapa o referencia grá ca, mi contestación se basaba en las horas de vuelo que me había tomado llegar hasta aquí, y
obvio, el nombre de mi país: México. Después de un leve intercambio de datos geográ cos y una grata despedida, dejé el lugar atrás para seguir con el recorrido. Al día siguiente me esperaba una travesía de un poco más de cuatro horas, el siguiente des no era Agra.
Esta ciudad, al sudeste de Nueva Delhi y a orillas del río Yamuna, es la principal atracción para muchos viajeros. A unos kilómetros del centro se encuentra una de las maravillas del mundo. Era muy temprano, y el guía ya me esperaba cerca de la muralla para comenzar. Antes de iniciar el recorrido, me recomendó bajar la cabeza viendo al piso, quería que observara el Taj de una manera única al ser mi primera visita. Una vez que estuve frente al acceso principal, me alineó con el umbral para que éste fuera un marco natural. Después de esto, pidió que lentamente levantara mi cabeza para que poco a poco viera cómo el Taj Mahal aparecía ante mis ojos. Fue construido a mediados del siglo XVII por órdenes de Sha Jahan, quien fue emperador mogol por espacio de 30 años. Su construcción tomó poco más de 20 años y la coordinación de más de 20 mil pares de manos fueron necesarias para terminar esta obra de arte.
El sol apenas empezaba a bañar de arriba hacia abajo la cúpula central del mausoleo. Para esa hora, las personas comenzaban a llegar para sentarse en las bancas y admirar los jardines. Poco a poco turistas y locales formaron largas las para entrar al recinto. El mármol fresco,
© Carlos de la Cruz
De regreso a Nueva Delhi, “lo único que quedaba pendiente era meditar
y pensar en el viaje; tranquilizar la mente
y analizar todo lo que había visto”
con incrustaciones de piedras coloridas, era tes go de la precisión con la que se hizo el trabajo. Conforme avanzaba la línea, el sol cambiaba de posición, dando una imagen diferente del imponente edi cio. A la par, el guía siguió con su crónica y datos históricos del lugar. Preciso en sus comentarios y conociendo a la perfección el tema, jamás había tenido una breve clase de historia tan rica.
Por n llegamos al interior donde todos se agolpaban frente a una cerca de mármol trabajada a detalle. La acús ca del lugar era peculiar, ya que la suma de todos los murmullos y voces se conjugaba en un solo sonido que era con nuo. Al salir, caminamos por los enormes jardines que adornan el espacio. Las fuentes y acequias se extendían a lo largo hasta la salida, acompañándonos con un suave sonido del agua. Antes de par r, fue necesario voltear y volver a admirar aquel impresionante monumento. Fue como tomar una imagen que no sabría si volvería a ver o sólo en recuerdos.
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