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Conforme el caminante va dejando atrás las estructuras principales, se ene la impresión de que la espesura fresca de la selva se va difuminando en un claro. De pronto, ves da con los soles del mediodía, se yergue la Plaza Norte coronada con la monumental Acrópolis, un dechado con pasadizos recoletos, espacios abovedados y frisos colmados de detalles distribuidos en seis niveles. En el cuarto, se encuentra una de las obras más sobresalientes de la arquitectura maya: una fachada que representa el inframundo con las fauces del monstruo de la erra. El impresionante friso ostenta, sobre relieves ya restaurados, algunas esculturas de forma humana, aunque con alas en la espalda. Con sus treinta y dos metros, es el edi cio más alto de la zona arqueológica y, sin lugar a dudas, uno de los más voluminosos de toda Mesoamérica.
Acaso por tratarse de un centro apenas explorado que va revelando lentamente su majestuosidad, Ek’ Balam ofrece un encuentro más ín mo con el pasado prehispánico, sin las marejadas de turistas y vendedores. Si uno acude antes del mediodía o al caer la tarde, es posible escuchar el canto de una in nidad de aves y, en la distancia, a los monos aulladores. Equipado con ropa cómoda y calzado depor vo, es casi obligatorio seguir escalando la Acrópolis. Desde la cima se puede admirar el mar verde yucateco que rodea las ruinas, apreciar el vuelo de águilas y zopilotes y contemplar la pirámide Nohoch Mul, de Cobá.
Actualmente, los especialistas siguen descubriendo increíbles secretos
Después de pasar un día en compañía de la historia, Ek’ Balam premia a los visitantes con las refrescantes aguas turquesa de uno de los cenotes más bellos de toda la península. A sólo un kilómetro y medio se encuentra X’Canché, en el que no sólo se puede nadar, prac car esnorquel, rapel o rolesa, sino incluso acampar. Cuando el sol empiece a caer y los jardines submarinos de algas púrpura, rojas o violeta empiecen a hibernar en la oscuridad, el estómago empezará a pedir comida. Para saciar el ape to y coronar el día hay que dirigirse a Temozón para probar la carne ahumada, un manjar de dioses que nadie se puede perder.
Hay que buscar algún espacio abierto, desde el que se pueda apreciar cómo el disco rojo se oculta en el horizonte y el jaguar negro esconde los diamantes bajo los párpados de la noche. Todo esto mientras se degustan unas sabrosas mes zas, ras de chancho ahumado, longaniza frita, cebolla caramelizada, frijol negro, arroz con azafrán y salsa de habanero. Cuando lleguen los ricos postres aderezados con canela, la noche respirará a plenitud y será hora de irse a reposar, mientras arriba, los dioses prehispánicos deciden si amanecerá.•
A tres horas de Mérida, Ek’ Balam emerge como una ciudad perdida hasta mediados
de la década de los 90
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