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Por Luis Alfonso Gómez Arciniega
Günter Grass pelaba una cebolla y fumaba su pipa a orillas del siempre melancólico Báltico: “Al recuerdo le gusta jugar al escondite como a los niños. Se oculta. Tiende a adornar y em-
bellecer, a menudo sin necesidad. Contradice a la memoria, que se muestra demasiado meticulosa y, pendencieramente, quiere tener razón”. Afuera está Lübeck –prístino diamante medieval– con sus más de mil años de historia en carne viva.
Encallé en Lübeck sin planearlo. Un día me descubrí en Hambur- go y tomé el tren en un trayecto de 45 minutos. La otrora capi- tal de la Liga Hanseática me recibió con su sobria arquitectura gótica. Dominan el casco antiguo siete agujas que despuntan en el horizonte como dedos intentando escudriñar el sol. Uno las puede mirar tomando café mientras amanece lentamente y la luz del sol colorea de carmesí los ladrillos de los edi cios neogóticos. ¿Acaso es esta tranquilidad la que buscan las aves migratorias que aterrizan en la costa báltica de baja salinidad? El sobrenombre de “la reina de Hansa” lo obtuvo por haber sido, durante mucho tiempo, el centro indiscutible de una de las ligas más esplendoro- sas del comercio mundial.
Leisure / Alemania
Enamorarse de la reina de Hansa
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