Page 66 - Viajero-Ejecutivo-17
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Gran parte del encanto que hace que uno se enamore de Lübeck reside en las sorpresas que aguardan al caminante en cada esquina
Su perfume no intenta emular las notas nostálgicas de Berlín, mucho menos evocar la parsimonia adamantina de las aguas venecianas. A di- ferencia de la capital germana y del puerto italiano con el que a menu- do la comparan, en Lübeck los vientos alisios provenientes del Báltico despejan la melancolía. Es común ver andar en bicicleta a mujeres que adornan sus cabellos con las  ores que han eclosionado en la prima- vera. Pueblan los portales ancianos que relatan historias a los niños. Estudiantes de todo tipo toman el sol en los jardines y la afable placidez de los dependientes de las tiendas invita a entablar una buena charla.
Aunque me recibió con timidez, escondiendo sus encantos, la ciudad me sedujo desde el primer contacto. Apenas horas después de haber- me bajado del tren ya estaba convencido de que había sido un nau- fragio muy afortunado. Enamorarse de la reina de Hansa no es difícil. Rumores de navegantes en cada esquina cantan su belleza, última fron- tera alemana antes de llegar a Dinamarca. Me introdujeron a esta prin- cesa sus encajes: intrincados laberintos, seductores recovecos, nubes de lana que se tejen en el cielo con los con nes del mar, bandadas de gaviotas al amanecer, damiselas salidas de relatos caballerescos. Con toda justicia, UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
Sus dimensiones permiten recorrerla a pie en los junios estivales. Hay quien pre ere el bullicio del Marktplatz y, desde ahí, mirar el encuadre perfecto del casco antiguo. No deja de resultar abrumador plantarse en el cuadrante principal y quedar rodeado por el Rathaus (palacio municipal), el Burgkloster (castillo-convento), la Jakobikirche (Iglesia de Santiago) y el Heiligen-Geist-Hospital (Hospital del Espíritu Santo): más de siete siglos nos contemplan.
El primer guiño que me enamoró fue precisamente el Rathaus con su fachada fabricada en el característico ladrillo arcilloso, en este caso al- ternado con hileras de ladrillos negros. Prosiguió el cortejo con la Hols- tentor, uno de los atributos más impresionantes de la ciudad. Armo- niosa composición erigida entre 1464 y 1478 por el orfebre de Lübeck, Hinrich Helmstede, la puerta se alza como una forti cación milenaria de la ciudad. Sus murallas de tres metros y medio de grosor resguardan un museo que también vale la pena visitar.
Bastaron pocas horas para enamorarse. Quien disfrute estos espacios cargados de detalle, no puede dejar de visitar la casa del escritor con el que comenzó este recorrido: Günter Grass. El número 21 de Gloc- kengießerstraße alberga una exposición permanente con la obra plás- tica del Nobel alemán y, dependiendo de la época del año en la que se visite, se podrán también encontrar amenas charlas literarias en el jardín sembrado con esculturas de Grass o exposiciones temporales de artistas prometedores.
Por momentos, es preferible callar y dejar que los escritores nos plati- quen la ciudad. Tres Premios Nobel están íntimamente ligados a este viejo puerto: Willy Brandt, Günter Grass y Thomas Mann. En Mengs- traße 4 todavía habitan los fantasmas de las historias de Thomas Mann, y ahora es un museo que bien vale la pena visitar. Asimismo, quien quiera saber más de aquel visionario político que puso en práctica la llamada Ostpolitik acercando como nadie a las dos Alemanias en la época de la Guerra Fría, tendrá que dirigirse a otro número 21, pero de la Königstraße.
Acarician la tersa geografía de Lübeck las aguas del río Trave y del mar Báltico. En la orilla están los Salzspeicher (viejos almacenes de sal) que, de poder hablar, contarían innumerables historias de marineros. Construidos a  nales del siglo XVI, almacenaban la sal proveniente de Lünenburg para su destino  nal: Escandinavia. Después de mirar las gaviotas sobrevolar las aguas, se puede caminar por la Breite Straße y encontrar la famosa con tería Niederegger, donde se pueden adquirir en una gran cantidad de formas, los famosos mazapanes de Lübeck.
Gran parte del encanto que hace que uno se enamore de Lübeck reside en las sorpresas que aguardan al caminante en cada esquina. Lo cons- taté cuando me topé de pronto con el célebre Theater Figuren Museum Lübeck (Teatro de Títeres de Lübeck). Como las uvas maduras producen buen vino, también las más  nas piezas de madera se trabajan con los años. El museo está un tanto escondido en el callejón Kolk debajo de la Petrikirche (Iglesia de San Pedro). Penden del techo por hilos los mu- ñecos alumbrados por diminutas lucecitas rojas. Es un puerto obligado para quien quiera descubrir por qué el ser humano siempre ha buscado, mediante artes de ventriloquía, dibujar un espejo de su sociedad.
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