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Fragmento de la Crónica de Ramón Muntaner, donde se narra esta historia
Para inicios del siglo XIV, el Imperio Bizan no se hallaba en crisis. Los turcos avanzaban decididamente desde el Asia Menor hacia Constan nopla sin que nadie pudiera detenerlos. El rey Andrónico II no podía pedir ayuda europea, pues por con ictos internos se había visto obligado a reforzar la independencia de la Iglesia Ortodoxa. Tuvo que recurrir a unos singularísimos personajes: los almogávares de la Gran Compañía Catalana, tropa de mercenarios que recién había peleado para la Corona de Aragón en contra de las fuerzas del Papa y del franco Carlos de Anjou por el control de Sicilia. Su líder, Roger de Flor, había sido un famoso templario y no dudó cuando el rey bizan no requirió sus servicios. A cambio, exigió la paga para sus soldados por cuatro meses adelantados, la mano de alguna doncella de la familia real y un  tulo nobiliario alto. Andrónico se vio en di cultades pero cumplió y mandó a Sicilia el cargamento de oro, la insignia bizan na de megaduque y la promesa de la mano de la princesa María, su sobrina e hija del zar de Bulgaria.
Los almogávares no eran cualquier guerrero. No usaban pesadas armaduras ni enormes espadas o lanzas. Iban más bien en camisa y botas; peleaban con dagas y lanzas cortas y apenas cubrían sus cabezas con pequeñas cotas metálicas. Eran famosos por su rapidez y bravía, pues con ese parco equipo eran muy capaces de vencer a los más armados caballeros del Papa; al grito de “¡Desperta, ferro!” se lanzaban corriendo sobre el enemigo y en un san amén degollaban caballo y jinete.
El ducado de Atenas, ocupado por los catalanes entre 1312 y 1390
No hacían prisioneros. Gustaban de las tabernas, el vino y las mujeres, y también eran conocidos por los destrozos que causaban cuando estaban de  esta.
Los 6,500 catalanes llegaron a suelo griego a  nales de 1303. En 1304 emprendieron la marcha hacia el oriente, hacia Anatolia, donde los turcos tenían si ada la ciudad bizan na de Filadel a. Para levantar el si o, de Flor y sus hombres no prestaron heroica batalla, sino que sorprendieron al enemigo mientras dormía, irrumpieron en sus  endas y los acuchillaron a todos en un par de minutos. En adelante, infringieron al Turco derrota tras derrota, culminando con gloria en la gran batalla de las Puertas de Hierro, al sur de la Península de Anatolia, en la que cuentan que vencieron a un ejército de 30 mil otomanos.
Pero las cosas no marchaban tan bien como Andrónico quisiera, pues los catalanes no eran precisamente respetuosos con los señores griegos locales, lo que ocasionó algunos con ictos. En una de las trifulcas que armaron en su contra, llegaron a asesinar a 300 alanos, entre quienes  guraba el
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El Peloponeso en nuestros días


































































































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